Todos contra todos
(¡Lea y vea cómo la tijuanología mató a la recién nacida posmodernidad!)
Heriberto Yépez
www.hyepez.com
Publicado en Revista Complot, núm. 52, junio 2001, tomado de
http://www.complot1.com/52/articulo4.html
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1. QUÉ GACHO ES SER CHICANO. TIJUANA, SEDE OFICIAL DEL SPANGLISH EN MÉXICO
Cuando Daniel Sada le pregunta a Juan Villoro "¿Sabes qué cultura une a México y Estados Unidos?: la comida china" se trata de una muy buena ocurrencia, pero hablando seriamente, lo que une a mexicanos y estadunidenses es su común odio hacia los chicanos. Lo primero que tenemos que saber de la frontera entre México y Estados Unidos es que el conflicto intercultural no se limita a dos culturas enfrentadas, sino a todo un juego de repulsiones internas de varias culturas. Mexicanos contra chicanos, gringos contra mexicanos, mestizos contra indígenas, etc. Definir la frontera en términos bipolares es quedarse con las apariencias.
En un encuentro nacional de escritores en Guadalajara me presentaron a un escritor del centro (publicado por Conaculta, por cierto). Me preguntó de dónde era, "de Tijuana", le dije. Hablamos dos minutos y el Escritor se despidió. Antes de soltarme la mano del mucho gusto, me miró a los ojos para felicitarme sentidamente porque a pesar de ser de Tijuana yo hablaba "un español muy clarito". Así de grave es la ignorancia de la clase intelectual mexicana.
En México, los tijuanenses somos considerados chicanos en territorio nacional. Quizá por esa impresión (que para mí es un halago) es que la gran mayoría de los habitantes e intelectuales tijuanenses odien todo lo chicano. En Tijuana, el desprecio hacia la cultura chicana está tan generalizado como en cualquier parte del país. Sólo que en la frontera es mayor porque los fronterizos se cuidan de no ser identificados con los chicanos y por eso hacen que su odio sea muy elocuente. En Tijuana no sólo se inventó el lema "Haz patria mata a un chilango", sino también "Pochos Don't Come Home". No es la chicanización sino el antichicanismo o chicanofobia, uno de los rasgos identitarios del fronterizo. Debido a que en México todos parecemos estar traumados por el mestizaje, nos da asco todo lo que aumenta esa mala hibridación. En la atrofiada psique del mexicano, los chicanos cumplen el papel de los mestizos que se pasaron de la raya.
El mestizaje racial hecho promiscuidad cultural. Guácala esto es una "chicanada". "Chicanada" es lo mal hecho, cuatrapeado, disímbolo, el revoltijo; no es casual su similitud con el vocablo "chicano". La Chicanada también ya es sinónimo de Traición: "me hizo una Chicanada" puede querer decir lo mismo que "me hizo una fregadera, una chingadera, me traicionó, me vio la cara". Chicanada = traición cultural; Malinche is Back. En Tijuana todo lo que tenga contacto con lo gringo o chicano se ensucia: se discrimina incluso a los mexicanos que trabajan allá, tienen parientes o viven part time en USAlandia: son "Pochos" o "inmigrados", vocablos que son peyorativos. Se inventó la figura deplorable del Chicano, desde las películas hasta los chistes, para sentirnos más puros, no tan 'revueltos' como ellos.
Es una mentira flagrante que en Tijuana se respire un ambiente de mayor multiculturalismo o cosmopolitismo. Los artistas locales se han creído el argüende defeño sobre Tijuana como metrópolis intercultural. Se acepta lo que alguna vez dijo José Agustín como comentario amable "Tijuana es el tercer centro cultural de importancia en el país" (algunos dicen que dijo el "segundo"). Porque toda mención positiva se vuelve inmediatamente un piropo oficial que Prueba Nuestra Importancia y corrige Nuestro Desprestigio: "A la Madre Teresa, Tijuana le recordó a Calcuta." En realidad, la cultura "artística" y "literaria" municipal casi siempre es raquítica. La cultura popular, en cambio, es abundante y estimulante. (En el centro se cree lo contrario, sobrevalúan lo intelectual y menosprecian lo "popular"; en los escritores y artistas encuentran el epítome de cosmopolitismo, en las artesanías y el caló, el epítome de barbarie aculturizada. Curiosamente, para estas dos evaluaciones se usan los mismos argumentos.)
Pero aunque el medio "cultural", en su santa mayoría, sea penosamente institucional y mediocre, es extremadamente chovinista. Tijuana es una ciudad católica, teleguiada, intolerante, especialmente racista. Se cometen tantos abusos xenofóbicos del lado estadunidense de la frontera como del lado mexicano. El racismo es el mismo, se trate de prietos, chaparros, chinos, chilangos, negros, chicanos, mixtecos o gabachos, es decir, es exactamente como toda la república. Con los norteamericanos somos xenofóbicos. Si la Avenida Revolución está sobresaturada de inglés y "atracciones" turísticas (cuya atracción consiste paradójicamente en ser grotesca) es porque la ciudad nada más está dispuesta a dedicarles una sola avenida que mide pocas cuadras a nuestros extranjeros predilectos. La Avenida Revolución no es prueba de nuestra promiscuidad con los gringos (como se dice) sino de nuestro asco por ellos. Si los observadores fueran más inteligentes se darían cuenta de eso. Ahí se les engaña simulándoles una experiencia que en verdad es falsa. También esta Avenida mundialmente famosa, con sus tiendas y bares, no es más que un muro de Berlín para impedir que las culturas se conozcan realmente. Ahí la regla es el prejuicio.
Lo que nos marca localmente no es el gusto al inglés (son pocos y esporádicos nuestros traductores de literatura norteamericana) sino, desgraciadamente, nuestro repudio a él. Todo esto, sin embargo, pasa inadvertido a nuestros visitantes que citan, por ejemplo, como ilustración de nuestro anglicismo a los empleados y enganchadores de la multicitada Av. Revolución que hablan en inglés "rastrero" a los clientes para hacerlos entrar a las tiendas y congales. Lo que no saben esos observadores es que el inglés que hablan los enganchadores de gringos es una parodia del inglés y Espaniol que hablan los norteamericanos. La emblemática frase "biutiful signoritas" es una burla soterrada no sólo del vocablo "beautiful" (el adjetivo favorito del comprador anglosajón hacia la mercancía que el comerciante mexicano sabe que es chafa), sino además el "signoritas" es una burla del español que hablan los norteamericanos. Cuando un fronterizo le habla en un spanglish adulterado a los Güeros es como cuando el Hombre Blanco vende cocaína adulterada en los barrios negros. Le hablo en pseudo-español al Gringo para no permitirle la verdadera experiencia de la otredad, para burlarme de su turismo, para cerrarle la puerta a la cultura mexicana. Ándele pinche gabacho, pásale por lo barrido, culero. ¿No quiere un coco? Asumimos las máscaras estereotipadas que ellos tienen sobre el Mexicano para impedirle que cure su ignorancia. Esa es nuestra venganza.
En los dos lados de la frontera nuestro uso cotidiano del otro idioma (inglés/español) obedece a fines ridiculizantes. Los dos idiomas son usados por sus no-hablantes como forma de balbuceo universal (hay que recordar que bárbaro significa tartamudo; para los griegos aquellos pueblos que hablaban otras lenguas distintas a la suya, al abrir la boca no hacían más que atropellar semivocablos).
En las estaciones de radio de San Diego el español es usado periódicamente para mostrar su vulgaridad, para demostrar que está esencialmente vinculado a la comida sexual ("ey mamacita do you want tamales along with that song") y a la desorientación educativa (la campaña cómica "How to learn Spanish" de la 91.1X de California); análogamente sucede con el inglés utilizado por muchos fronterizos hispanoparlartes. Cuando en la Revolución uno utiliza estratégicos vocablos en español para hacer sentir al norteamericano que sí está en México (a pesar de su incredulidad), esas palabras en español son malpronunciadas tal y como las malpronuncian los estadunidenses. Es una burla de su español. Uno no dice "Beer and fun for everybody", uno les dice "BIR and FAN for everybody". Como lo sabe tanto el vendedor de Mexican Curious (curiosidades y gangas) como el turista, las fórmulas del tipo "Come on here míster T., ey you Miss Barbie, here cheap you-welri, pure gold and silver" es una modalidad sarcástica del acoso caricaturizado, no una muestra de lambisconería o malinchismo, ni siquiera de spanglish. Nuestro inglés-español dicho-para-ellos es tan engañosamente "puro" como nuestro "oro". Pero tampoco eso lo escuchan nuestros visitantes, que más bien están golosos de confirmar las cosas que ya sabían antes de haber puesto pie en Tijuana, como menos aún perciben nuestros estudiosos que el spanglish no es una degeneración del español, sino su defensa (inmersa en una cultura que quiere desaparecer esa lengua por completo).
En materia de hibridación lingüística lo que caracteriza al intelectual mexicano (incluido el tijuanense, donde su perfil encaja perfectamente) es el puritanismo vergonzante y la autozancadilla. Federico Campbell, que por su procedencia tijuanense debería ser más sensible al fenómeno de cruce de dos idiomas, en recurrentes opiniones ha subestimado la riqueza o complejidad del spanglish o el español mexicano extra-territorial. Según Campbell (olvidando que su apellido es una muestra de que la introducción de palabras extranjeras no destruye la lengua en la que se interna) dentro de dos décadas "lo previsible es... que nuestro español habrá de parecerse cada vez más al inglés... o al español de Brooklyn" ("La frontera del lenguaje", en Fronteras, núm. 8, 1998). Para Campbell decir "no es nada contra ti" es más nacionalista que decir "no es nada personal" que deriva de "nothing personal". Por mucho que Campbell alega en sus artículos relativos a las fronteras del lenguaje y sepa muy bien que las lenguas mueren (pero también nacen y se reproducen por el contacto con otras), su postura parece ser la posición antaña de la campaña "Lávenle la Boca a los Niños Cuando Digan Parking". Creer que el español-mexicano es más español que el spanglish sería tan absurdo como suponer que el español-cubano es un español degenerado o inferior al español ibérico.
El spanglish nos parece fuchi. Es la naquez del otro lado del río. Es esa la verdadera razón por la cual lo rechazamos y lo creemos inferior. Quienes lo hablan, los chicanos, nos parecen repelentes, 'corrientes', siguen siendo para nosotros lo que eran para Octavio en El laberinto de la soledad (nuestro manual de mitología estilística acerca de cómo es un mexicano de identidad tragico-patriota). Para nosotros y Paz, el chicano es un "clown". No es esto ni aquello. Es una fachada, una payasada, un mamarracho horrendo. Una entidad sin identidad definida. Por eso le tenemos asco y desprecio. A todo eso se suma la idea de que el chicano es un desarraigado, un desnacionalizado, un desgraciado que no sólo está prieto sino que además es cholo y gringofílico. El chicano para la mente mexicana central es un culero vendido. Ellos sí que son los Hijos de Malinche. No estamos espantados de perder la lengua madre (eso nos vale pura verga), sino de hacernos como los "pochos". Por eso hasta los escritores mexicanos que usan alguna variante del spanglish lo repudian y se lavan los dientes después de hablarlo.
El escritor tijuanense cuya escritura está más entreverada con el inglés, Rafa Saavedra, mantiene, sin embargo, una relación ambivalente con el spanglish. Sus artículos sobre música contemporánea y su narrativa utilizan el recurso del salpicadero de vocablos y frases del inglés cool. Los términos con que Saavedra define y categoriza son preferentemente neologismos del inglés. Bye bye everything except snobground. El gran atractivo de su prosa anfibia proviene precisamente de esas interferencias artificiales, de esas alternancias y altercados de los que depende la posible intensidad de su escritura y cuyo funcionamiento sigue las leyes de la música electrónica. (Que es ahora la corriente más novedosa de la escena tijuanense.) Contradictoriamente, en la misma revista que Saavedra suscribe estas líneas "Lo reconozco, it's so fuckin' true: life es an inevitable plastic scene. Y no lo digo riendo, with that cynical grimace of polivoz que tanto me criticas. Lo digo como cryptic unabomber, con la desilusión de un anarco-progre en Madrid, with the homestead inertia de un siniestro replicante de Benetton" ("goodbye, superdrogas (pon tu mente al sol mix)", en Complot, núm. 31, 1999), pocos meses antes escribió "el pocho es quien desmadra el idioma español... nuestro español o itañol, euskaglish, frenchgliñol, portuñol, son aportaciones de la glocal youth; no tiene nada que ver con lo pocho, ok?" ("What's up con lo chicano (a TJ p.o.v)", en Complot, núm. 26, 1999). El argumento de Saavedra es incongruente. Me gustan muchos sus textos, pero es inevitable que estas contradicciones me llamen la atención.
Las contradicciones intestinas del fronterizo son endémicas, está acosado por el espectro de sí mismo. El debate de Saavedra respecto a su propio spanglish (it worst to deny it) es un escupitajo boca arriba precedido por una antología de lugares comunes infantiles y clasistas: a los mexicoestadunidenses se les olvida pronto el español (no simplifiques mi querido Guatson), los chicanos se caracterizan por su "falta de glamur" (Mentalidad 'Nos reservamos el Derecho de Admisión'), "la mala imagen de los mexicanos en Estados Unidos se debe en gran parte a ellos" (Wrong answer, Bro, se debe a que Gringolandia, como Mex y Co., también es un país hiper-racista). El último inciso ya es de plano decepcionante: "el auge de las drogas sintéticas chafa se debe, adivinaron, a dílers chicanos" (no bato se debe a la bola de güeyes que nos las metemos). Para Saavedra, como para muchos fronterizos, el chicano es "brown trash", sus seguidores locales son una "tribu de canochis, gente que trata de parecer chicano sin salir de México". Saavedra, pudiendo ser el autor que colocaríamos en la cima de los postmexicanos, sin embargo, aplica las leyes del nacionalismo profundo para condenar a los chicanos en bloque: "cantar una que otra canción de Vicente Fernández no los hace mexicanos al instante". El chicano "es un naco que se cree mejor. Tiene cara de indio pero no habla español". Español e inglés, juntos pero no revueltos, nada de mezcolanzas, chicos. That's going too far -too low. El odio al spanglish es uno de nuestros odios fermentados. Una de las pruebas de que en la frontera, aunque no es nada contra ti ni es nada personal, gringos, chicanos, chilangos, indios, nativos, estamos todos contra todos. En las fronteras, a aquellos mismos que mezclan, paradójicamente, les repugnan las hibridaciones
2. SOBRE LA TIJUANOLOGÍA Y LA FRONTERA DEL MÁS ALLÁ
En las películas sobre la frontera, el drama que nos ocurre a todos súbitamente le ocurre a otros que son nuestros compatriotas semi-exóticos. De este hecho, de esta producción de dobles que nos representan y suplantan en las escenas nacionales más riesgosas, proviene su gran éxito. El mexicano adora el cine sobre la frontera porque lo representa perfectamente pero sin el riesgo de sentirse identificado con él. (Mira, "Ellos", llamados "Nosotros los pobres", míralos: viven en los Ustedes Unidos de América). Los que migramos somos todos nosotros, pero en el cine los que migran se meten en dramas que pa qué te cuento. (El alma según Mario Almada.) Éste será el gran atractivo que tendrá Tijuana como símbolo y cacoglifo nacional. El lugar donde todo lo que le sucede cotidianamente a la nación nos parece inusitado. Donde lo que nos jode nos parece entretenido, la ciudad que nos da la oportunidad de ver nuestra vida como si fuera la caricatura de la vida de nuestros parientes lejanos. ¡N'ombre! ¡Qué exótico es todo en la frontera! No cabe duda que ALLÁ los bárbaros del norte (al contrario de los chilangos y los chichimecas) son más buena onda, como dice la canción de Juan Gabriel, a mí me gusta más estar en la frontera, porque allá la gente es más feliz y más sincera, allá, todo todo es diferente, en la frontera ajá ajá, en la frontera ajá ajá... Pero no sólo es la tierra de la cercana dicha inalcanzable sino también de la perdición segura. "A Tijuana viene a parar toda la mierda de México", dice el personaje de la película mientras baja del camión. En el imaginario popular y mediático mexicano, Tijuana es la lámpara de aladino de los siete pecados capitales y la caja de Pandora de los nueve vicios provincianos, Sodoma y Gomorra hechas un mismo deprave, el patio trasero donde los gringos hacen sus picnics y barbequius, la escena del crimen y la violencia por televisión, la ciudad donde ocurren las cosas más espantosas y que afortunadamente está lejos. (El mundo es un rancho ajeno.) Aunque el pobre de México está tan lejos de Dios (pero no del Papa) y tan cerca de Estados Unidos (pero no de la visa), gracias a Dios y a Estados Unidos, Tijuana está lejísimos.
El antecedente de la "vizcanología" (la defensa moral de la Mejor Tijuana) es la piromaníaca novela Tijuana In (1932) de Hernán de la Roca, la novela sobre la Mujer que Cae pero se arrepiente en el momento de la redención final, durante la Caída de la Casa del Mal, que termina en un bíblico incendio del pueblo gringofílico. Aunque Rubén Vizcaíno, por ejemplo, fue uno de los promotores moralizantes de la neoleyenda negra (Hell is right here in our little town) se autonombró el defensor del nombre de la ciudad contra los "malos" extranjeros.
Vizcaíno no sería importante (no tiene más que chocheos) si no es porque su actitud ha sido heredada por muchos jóvenes intelectuales tijuanenses, que también quieren desligar la vida de la ciudad de la "funesta" Calle Revolución (no por pecaminosa, sino por "naca") y vuelven a creer en el nativismo autosuficiente. C. Gutiérrez Vidal, por ejemplo, en su principal poética (un manifiesto a favor del plagio y la transcreación), escribe: "...la literatura de B.C. se caracteriza por cierto nivel de experimentación... apropiarnos del lenguaje a través de la literatura sería la forma más inteligente de decirle al resto de los mexicanos que no somos chicanos y a los otros californianos que no somos indios con sarape listo para servirle margaritas y cocos a los turistas..." ("Plagiar la infancia", en Minarete, núm. 19). La actitud racista-clasista (¿para qué negarlo?) de C.G.V. siente la necesidad (análoga a la de Vizcaíno) de desvincularse de los "chicanos" (¿para qué?: sospecho que los chicanos le parecen asquerosos) y de los "indios con sarape" (habría que preguntarle de dónde sacó ese estereotipo de los Indios Serviles repartiendo margaritas y cocos: lo sacó de las caricaturas del racismo estadunidense). En su búsqueda de identidad propia, la cultura fronteriza quiere combatir los estereotipos centralistas con un proyecto de exclusiones socio-raciales. Todos ellos, como Vizcaíno, parten de la falsa idea de que el fronterizo no tiene identidad segura o está bajo construcción. A final de cuentas, muchos jóvenes escritores tijuanenses que pretenden ser experimentales terminan siendo tradicionalistas. Siguen creyendo que es necesario "limpiar" la "imagen" de la ciudad. Los enganchadores de la Revolución hablan inglés paródico para burlarse secretamente de los estereotipos; los intelectuales, en cambio, niegan cualquier parentesco con Aztlán. Lo cual los termina emparentando con el desafortunado panismo católico que nos gobierna. Se quieren proteger del descalabro paisajístico que representan los "marines", los "pochos" o los "indios", los sub-otros en turno. La mirada bizca de la viscanología domina la percepción del otro en la frontera. La frontera del desprecio. La frontera de México contra México mismo y de paso contra los gringos.
3. LOS SIMPSONS DICEN "TIJUANA ES EL LUGAR MÁS FELIZ DE LA TIERRA". EL CALLEJÓN DE LA AVENIDA REVOLUCIÓN
Es falso que los norteamericanos crucen la frontera en busca de lo Otro. Lo que los norteamericanos vienen a ver a Tijuana en su recorrido por sus bares topless, discotecas minifaldescas y sus tiendas de camisetas, bolsillos, yesos, cintos, medicinas y licores; no vienen a conocer el exotismo de sus vecinos inmediatos, sino la persistencia del comercio, la celebración transnacional del silicón, la sobrevivencia del capitalismo aún en tierras adversas, la continuación ventajosa del life-style. Lo que les causa tanto placer atestiguar es que sus vecinos morenos con casi iguales a ellos: Tijuana es una ciudad turística, es decir, apenas diferente. En el fondo el turismo es siempre turismo-de-lo-mismo. A Tijuana, a la frontera, a México, un norteamericano no viene a escapar de su cultura (como la imagen idealizada del Run To The Border pregona); viene a confirmar la existencia uniforme de la gran monocultura del consumo.
Mis trabajos como mesero en un antro de la avenida Revolución y como agente de viajes me enseñaron a observar esto: los norteamericanos vienen con curiosidad, luego con tedio y finalmente se marchan satisfechos de su monotonía. Se van felices: América es toda American. América es Estados Unidos por todas partes. América es América. La experiencia en la avenida Revolución les provee de la falsa seguridad de que esto es también indefectiblemente familiar, suyo, inagotablemente igual. Mr. Gringo dice: Ellos are like us. Ustedes ser nosotros.
Pero si caminaran una cuadra después de la Avenida Revolución se encontrarían, como ya dijimos, con la Avenida Constitución. Ahí los comercios son otros, la música tiene otro idioma y otro precio, los puestos de comida huelen distinto, incluso la basura es diferente: tiene otras marcas. Pero a pesar de estar apenas a unas decenas de metros, prácticamente en la Avenida Constitución no hay norteamericanos. Ahí Tijuana deja de ser una zona turística. No hay nada ahí que pueda interesarle a un turista, es decir, a un Etnólogo de lo Igual, porque lo único que ahí puede esperarle son los signos ubicuos de la pobreza, la marginación, el auténtico tercer mundo, la diferencia, ahí se desengañaría de la continuidad de las culturas, ahí están (más evidentemente que en la zona turística) las invencibles señales de la Desigualdad.
Pero regresemos a la percepción del fronterizo sobre el mexicano. ¿Por qué los tijuanenses son tan renuentes a negar la Avenida Revolución como entidad donde se manifiesta lo típicamente mexicano? La versión popular quiere hacernos creer que negar la Avenida es negar a los gringos. Realmente lo que se niega es ciertos aspectos de nuestras propias mexicanidades que nos parecen despreciables. Lo que se niega son los venderores ambulantes, por ejemplo. Primero que todo entre los gringos nació esa sensación de que Tijuana / La Revolución no era México realmente y éste es un mito que nosotros retomamos de su racismo. "Tijuana is not Mexico", dijo Raymond Chandler.
A ese mito del racismo anglosajón, por supuesto, alguien le puso el sello Made in Mexico y pasó a formar parte de la sabiduría nacional.
Empecemos por el 'empiezo'. Quienes pretenden que la avenida Revolución es un espacio de ejercicio del multiculturalismo exhiben una ingenuidad lastimosa. Ahí es una zona de ejercicio de la discriminación: el consumo de los productos de la zona no es mayormente de mexicanos para mexicanos pues los precios son prohibitivos para muchos nacionales, los antros (cada vez más comerciables y diseñados para el teenager anglo) hacen uso de su derecho de admisión de manera auto-racista, de un racismo fincado en complejos de inferioridad y criterios económicos. En la avenida se dosifica racismo mexicano contra gringos y nacionales.
Además la 'experiencia mexicana' de la avenida es falsa: es un weekend que es un weak end. Es la diversión barata sin restricciones, un infierno de fin de semana, del que pueden regresar sin riesgo ni rasguños a su normal vida norteamericana. I was in Tijuana and I am still alive! I even brought some jumping frijoles. El multiculturalismo de la Avenida Revolución es falsificado: los norteamericanos no viven una experiencia mexicana, sino un espacio sui generis diseñado a la medida de sus expectativas de más corto alcance, y los mexicanos viven ahí una experiencia de frecuente discriminación de parte de extranjero como de mexicanos, lo que significa que la avenidad de la revu como monumento de la multiculturalismo es una farsa, pues es una puerta unidireccional, un símblo de turismo, no de multiculturalismo, ni siquiera es una avenida: es un callejón. Pues de aquí para acá hay movimiento más o menos libre, pero de México hacia allá, hay un límite infranqueable. Es un callejón con barda de metal en uno de sus extremos. ¿Arteria de la ciudad? Sí: arteria tapada.
Además, la Avenida es también una oportunidad de falsa perplejidad en el discurso nacional. (El solo hecho de que los burros-cebras intriguen igualmente a señoras texanas e intelectuales mexicanos debería disuadirlo de darles tanta importancia en sus bitácoras de viaje.) Entre las estatuas de yeso de la línea internacional y los chupacabras-Carlos Salinas que se venden en las esquinas de la Ciudad de México hay una continuidad evidente. Sólo que a ojos prejuiciados la cultura popular urbana del país de pronto se transforma en Mexican Curious especialmente feos. En la tijuanología nacional lo callejero se convierte en extranjero. Las artesanías tijuanenses siempre son mostradas como demostraciones de bolsillo de que en Tijuana todo es raro. Y, sin embargo, en el fondo esa diferencia es nula. Ocho burros-cebras estratégicamente ubicados en una sola avenida son suficientes para que sociólogos y articulistas levanten fenomenologías enteras sobre el carácter solípedo de la posmodernidad en la frontera.
Tijuana es una ciudad especialmente excluyente. Si hace unos pocos años los punks eran detenidos por la policía municipal por "feos y curiosos" y los jóvenes morenos eran acosados por la Judicial por "cholos", actualmente todavía estamos empeñados en una nueva construcción de satanizaciones populares. No hace mucho el principal diario de la región publicó un reportaje especial dedicado a la narcomoda, donde describía el modo de vestir de los narcotraficantes y sus imitadores. Desafortunadamente, el reportaje de Frontera se limitaba a describir el estilo de vestir de los varones que se adscriben a la cultura norteña. No es casual, entonces, que también la policía arreste sistemáticamente a cualquiera que traiga sombrero, monte un modelo de carro sospechoso, presuma su cinto vistoso o porte camisas de seda y cuyo rostro sea del color equivocado: no hay pierde: es un "narquillo". La intolerancia ingenua ha llegado al extremo de peticiones como la del removimiento de las "marías" (mayormente mixtecas) de la Vía Pública, incluso alguien propuso que se les diera uniforme (!!!), porque su "aspecto" denigra nuestra dignidad y da "mala imagen" al Turismo Internacional. Con ese pretexto, por cierto, hace unos años el gobierno priista desalojó a la mala (abriendo las compuertas de la presa) a Cartolandia, el asentamiento irregular marginal que se ubicó cerca del Puente México, sitio de cruce del "turismo internacional" (señora, por favor, límpiele los mocos a su escuincle pues los Turistas andan tomando fotos aquí cerca). Por un tiempo, Cartolandia se convirtió en la nueva sede de la perdición moral (desplazando con mucho a la Av. Revolución) pues se decía que ahí las familias convivían en constante promiscuidad, que ya sabemos que es el eufemismo que dan los poderosos a la pobreza.
Además, en todas estas discusiones se oscurece algo esencial de la vida de la avenida. La verdadera comunidad racial -distinta a la mestiza- de la Revolución no son los gringos en sus diferentes presentaciones o los europeos esporádicos, sino los indígenas: ellos son quienes trabajan subterráneamente la zona, principalmente en el comercio informal. Pero cuando se menciona a la Revolución pocas veces se hace alusión a los indígenas, quienes deberían de ser aquellos que capturan nuestra atención, por ejemplo, ¿qué lengua es la que se habla ahí y que escapa enteramente a nuestra comprensión? No, ciertamente, el inglés que frecuentemente hablamos o entendemos (aunque sea a medias) pues la educación regional, los muchos canales de televisión y radio estadunidenses, hacen que el inglés no sea una expresión misteriosa. La verdadera lengua otra de esta frontera es el mixteco, esa lengua de nuestros vecinos en la cuadra y de nuestros compañeros traseros de taxi colectivo.
Seguramente el mixteco es la segunda lengua que se habla más en Tijuana, pero ¿a quién le importaría conocer ese dato? El indio es la expresión de una verdadera otredad. ¿Pero eso a quién le importa? Si de por sí poco nos importan los gringos y los chicanos... Para demasiados mexicanos el principal rasgo de los indios es que son criaturas invisibles.
Así pues, como esos vistos por el racismo y clasismo imperante, el multiculturalismo de Tijuana es ilusorio o, mejor dicho, la expresión de su multiculturalismo real es negada en la práctica. (Tijuana, por cierto, a estas alturas del texto ya significa México entero. Tijuana somos ustedes, cabrones.) Tijuana no es, como decía García Canclini, el laboratorio por excelencia de la posmodernidad. Como en Nueva York, el proyecto de una urbe multicultural no sobrevive un examen riguroso (el racismo manda) ni hay fusiones auténticas entre las culturas populares y la High Culture. Toda hibridación es una simulación de mestizaje, nada más, una mera simulación, porque a nivel profundo las divisiones y fronteras entre ambos mundos siguen vigentes o aun fortalecidas. Apenas termina el show de la Hibridación de culturas y de lenguas, cada quien regresa a su asco natural por lo Otro. En Tijuana, cultura popular y cultura elevada juntas pero no revueltas, inglés y español sí pero no exageres la aleación ni la alianza: en el fondo, se repelen. Tijuana a veces más bien parece la tumba del proyecto posmoderno de multiculturalidad. En Tijuana, la multiculturalidad es sistemáticamente, por sus intelectuales y clases sociales dominantes, negada. Tijuana desprecia al otro extranjero y propio, sea éste mujer, indio, chicano o gringo, trabajador de maquila o moreno. A unos los quiere enmudecer, a otro venderles una mexicanidad de pacotilla, a otros uniformar, en fin, lo importante es fingir y despreciar la otredad. De ambos lados, a los Otros se les quiere exterminar. La multiculturalidad quiere ser monoculturizada a cualquier precio y desprecio. La hibridación llevada a sus últimas consecuencias es condenada por nauseabunda: es considerada una Chicanada. ¿Posmodernidad? No, disfraz de posmodernismo: Posmodernizaje. Tijuana es una frontera contra sí misma. De hecho, la mayor parte del tiempo Tijuana no tiene vida de frontera abierta, sino de frontera de puerta cerrada. La frontera es un muro metálico, desde ambos lados, pues en la frontera México-Estados Unidos, en la paradigmática frontera entre el primer y el tercer mundo, todos pintamos nuestra raya. Tijuana es el proyecto caído de la posmodernidad.